El tenista murciano se enfrenta este lunes (20 horas, Movistar) a Matteo Arnaldi en los octavos de final del US Open
GREGORIO LEON. Nueva York
Estratégicamente ubicado en las gradas del Murcia Club de Tenis, atendiendo las servidumbres y obligaciones que se derivan de su nueva condición de número 1 del mundo, Carlos Alcaraz observaba atento las evoluciones de un tenista que pertenece a su generación. Con buenos golpes y una derecha eficaz, se llevó el torneo Challenger de Murcia. En ese momento, el jugador de El Palmar visualizó un enfrentamiento entre ambos, ignorando que se iba a producir tan pronto. Pero Matteo Arnaldi también tiene prisa. Y redujo en tres sets a un oponente de la talla de Cameron Norrie. El italiano apareció en la sala de prensa del US Open levitando, con el billete de octavos de final en la mano y la expectativa de poder asaltar el cielo si gana a Alcaraz este lunes.
Carlitos sofocó a tiempo una rebelión ante Daniel Evans. Su gestualidad y reproches dirigidos a sí mismo revelaban los momentos de confusión que vivió ante el británico. Y aún así, el mejor Alcaraz aparece cuando no juega el mejor Alcaraz, con una virtud solo en posesión de los elegidos, aquellos que coleccionan Grand Slams: ganar en los días nublados.
La joya de Murcia sigue el rastro de las grandes leyendas. Boris Becker fue el último en acceder a octavos de final del torneo neoyorquino, en sus primeras tres participaciones. Para que el recorrido sea más largo, Carlos Alcaraz deberá adoptar todas las medidas de precaución. Hasta Djokovic estuvo a punto de irse a la cuneta ante un entusiasta Laszlo Djere. Y aquel partido, que pudo acabar en tragedia deportiva para el serbio, lo ha propulsado. La remontada le ha dado más vuelo, y se encuentra ya en cuartos de final.
Otro dato expresa elocuentemente la fortaleza del tenista nacido en El Palmar en Nueva York, donde se entronizó el año pasado. Ha construido una secuencia de catorce victorias y solo una derrota en los últimos quince partidos. Solo alguien la dimensión mitológica de Arthur Ashe logró conseguirlo. Palabras mayores.
Carlos Alcaraz aprovechó el día de descanso para desconectar unas horas del tenis. Su equipo le administra esa receta como feliz rutina. Ya el año pasado se dedicó a pasear por Central Park, como un turista más, recibiendo los influjos benéficos de respirar aire puro en Manhattan, ese bien tan preciado. Ayer no entrenó, y sí lo hará a primera hora de la mañana del lunes, afinando su puesta a punto para la cita en la Arthur Ashe.
La atmósfera nocturna se carga de electricidad. Los decibelios suben y la grada establece una conexión íntima con los jugadores. Alcaraz es feliz en ese clima. Pero jugar por la tarde le reporta más beneficios. Regula su descanso, permitiéndole horas de sueño más racionales, y por eso no ha torcido el gesto al ver que la organización colocaba su partido a las cuatro de la tarde (20 horas en España). Se espera un calor abrasador. La temperatura en Manhattan a las diez de la noche era de treinta grados. En Queens, a unos pocos kilómetros, la meteorología será idéntica. Tiempo de sudar. Y de recurrir a toda la sabiduría y templanza adquiridas. Nadie regala unos cuartos de final en el US Open. Llega la semana de la verdad, donde los sueños quedan desbaratados o felizmente cumplidos.