El tenista murciano gana a Jannik Sinner (7-6 y 6-1) la final del Masters 1.000 de Roma en un partido redondo, que le confirma como rey de la arcilla. Es el título número 19 de Alcaraz.
GREGORIO LEÓN
Fuego frente a hielo. La colisión de los dos mejores tenistas del planeta en la ciudad eterna. Roma buscaba nuevo emperador. Y tiene acento murciano. Carlos Alcaraz abrió la caja de todos los tesoros ante el número 1 del mundo, Jannik Sinner. El jugador nacido en El Palmar ya tiene la triple corona en Masters 1.000 sobre el polvo de arcilla. Madrid, Montecarlo, y ahora, Roma. Ingresa en un club exclusivo que solo le ha abierto la puerta a cuatro luminarias: Rafa Nadal, Djokovic, Gustavo Kuerten y Marcelo Ríos. La colección crece. Carlitos ya tiene diecinueve títulos. Desde aquella noche veraniega de Umag a esta tarde cálida en Roma.
Los nervios no podían faltar a la cita. Da igual que se cruzaran en el camino dos tenistas con un bagaje de experiencias previas ya acumuladas. Sacaron adelante sus turnos de servicio sin grandes estridencias, sin alardes ni barroquismos, con un juego desnudo de brillos. Pero Sinner esperaba agazapado, con el cuchillo en la mano, escondido en la esquina. Y se dispuso a clavárselo a Alcaraz en el momento más inesperado, cuando parecía que la manga se iba a la muerte súbita. Pero Carlitos también es capaz de librarse de enemigos emboscados. Y salvó dos bolas de set para ganarse el 'tie-break', que comenzó mostrando sus destrezas y brujerías, primero al resto, y luego con dos aces. La manga era suya. Alcaraz ponía proa a la victoria.
Parte del trabajo estaba hecho. Pero con Sinner delante la porción siempre es pequeña. El italiano, con su gestualidad de esfinge, escondiendo siempre sus emociones, sin mostrar en su semblante inquietud, se aprestaba a reaccionar. Ya lo hizo ante Tommy Paul en semifinales, tras ser barrido en el primer capítulo por el estadounidense.
Alcaraz sabía que no tenía a un hombre al otro lado de la red, sino a una máquina. Y por eso apretó los dientes, para seguir mostrando una alta fiabilidad al servicio, e inoculando veneno al resto. Fue así como su ventaja creció para colocarse con 3-0. Carlitos, con la piel de un guepardo, sus músculos y ligamentos estirándose hasta límites sobrenaturales, llegaba a todas las bolas, mandón en la red, gobernante absoluto.
Los errores menudearon en Sinner, que se encontraba con golpes mágicos, paralelos o cruzados, de la joya de Murcia. Incluso alguien hierático como el italiano empezaba a desconfigurarse. Alcaraz, en plena crecida, se gustaba. Solo le concedió un juego al de San Cándido, para cerrar su obra maestra al servicio. Diecinueve winners para reducir a un jugador que parece revestido de hierro forjado. Alcaraz transformó el hielo en agua, con el mejor tenis del año para devolverlo a las portadas. Carlitos, ganando a su manera. A esa que lo ha convertido en una estrella mundial. En un deportista único en su especie, fuera de molde, y que reparte felicidad, a puñados.