En la final más larga de la historia, en cinco horas y media, levantó dos sets en contra y tres bolas de partido de Sinner para acabar ganándole: 4-6, 6-7, 6-4, 7-6 y 7-6. Carlos retiene el título del Grand Slam parisino
GREGORIO LEÓN
Un poco intimidado por la cámara que lo apunta, el sol parisino incidiendo en su rostro infantil, Carlitos, más Carlitos que nunca, responde a las preguntas de un periodista en su primera entrevista registrada: "Mi sueño es ganar Roland Garros y Wimbledon". Eso quería ser de mayor, como otros quieren a esa edad ponerse el traje de astronauta y explorar el espacio sideral. Una pura fantasía de niño. Pero el prodigio de Murcia no solo ha inscrito su nombre en la Philippe-Chatrier y en el All England Club, sino que lo ha hecho dos veces. Lo de este domingo adquiere dimensiones nuevas, porque es a costa de su rival del presente, de su antagonista del futuro. Alcaraz ha humanizado a un tenista robótico, que se presentaba en la final con una hoja de servicios inmaculada, sin haber cedido ni un sólo set, desde la atalaya de verlo todo como número uno del mundo. Y sin embargo, Carlos Alcaraz lo redujo. La arcilla es suya. París tiene acento murciano. Otra vez. Y no cualquier vez. Esta final ingresa en la colección donde solo están las grandes citas de la historia. Nunca antes duró un partido tanto en París, cinco horas y veintiocho minutos, rompiendo el registro datado en 1982 cuando Vilas y Wilander llevaron su lucha hasta las cuatro horas y cuarenta y dos minutos. Carlos hizo lo imposible, escribiendo una página nueva para la memoria del tenis, remontando desde la fe un 0-2 adverso y con tres bolas de partido para el italiano. Quinto Grand Slam para un chico de veintidós años, fuera de molde, único en su especie, la de los elegidos.
La igualdad fue máxima en el primer set. Alcaraz, que había amagado con una ruptura desde el primer juego, lo consiguió a la octava tentativa. Creciéndose al resto, Carlitos adquirió ventaja. Pero se evaporó de inmediato. Sinner, que no quería más despistes, reaccionó, sin dejar que el murciano confirmara el break. Se estiraban los puntos, cada bola peleada como si no hubiera un mañana. Crecía Sinner, que tuvo opción de 5-3 y servicio. Alcaraz fue atendido al entrarle unos granos de tierra en el ojo derecho. Y con la reanudación, llegaron varios fallos del murciano, que acabó cediendo el set (6-4).
El camino empezaba a empinarse para el jugador criado en El Palmar. Sinner, rebosante de confianza, con el viento de cola, desplegaba lo mejor de su juego. Y firmó un quiebre enseguida. Desde que el italiano le paró los pies a Carlitos impidiéndole la ratificación del break del primer set, atrapó siete juegos frente a uno del palmareño. Sinner se agigantaba. Incluso tuvo opciones de hacer suyo el segundo capítulo, pero Alcaraz estaba lejos de sacar bandera blanca. Gritos de ¡Carlos, Carlos! en la Philippe-Chatrier. La manga se iba al 'tie-break'. Pero regresaron los problemas con el saque, y el italiano se llevó el capítulo.
En el tercer set, por fin, pudo Carlos Alcaraz interactuar con el público, reclamando su aplauso después de un quiebre que le dio una ventaja de 3-1. Y recibiéndolo, con entusiasmo. El murciano navegaba por aguas más tranquilas. Con la fe restablecida, el camino se ponía cuesta abajo. No sin susto previo, cuando Sinner le devolvía el break. Con 5-4 adverso, servía para igualar Jannik y ahí emergió el murciano para, con otro quiebre, llevarse la manga. Había más partido.
Regresaron las dificultades en el siguiente acto. Una ruptura de Sinner colocó un inquietante 4-3 a favor del italiano, pero su presa no se dejó cazar. Cual anguila Alcaraz escapó de la red. Jannik restaba con 5-3 y tres bolas de partido, aunque un rey no entrega su corona así como así. Carlos las levantó con cinco puntos consecutivos, luego quebró el servició del número 1 del ranking ATP y con dicha inercia el murciano se llegó a colocar 6-5 a su favor. París se ponía en pie ante el tenis de Alcaraz. Pero Sinner no es un cualquiera, también está llamado a marcar una era, paralela a la de Carlos, y el italiano llevaba el partido de nuevo al tie-break. Sobre el alambre, como canta Johnny Cash, el murciano puso el 2-2 tras imponerse en el desempate.
Comenzar de cero, o no tanto. Porque el murciano había entrado en ebullición, en ese momento en el que su tenis atómico arrasa con todo. Sinner no quería levantarse de la silla en el cambio de set, sabía lo que esperaba. Y el huracán Alcaraz activándose y rompiendo el primer saque. Era su momento. Con esa renta, y gestionando psicológicamente la situación, fueron cayendo los juegos de uno y otro lado, con dos bolas de break salvadas por el murciano a la altura del 1-3. Era su gran día y, llegada a esta altura de la épica, no estaba dispuesto a entregar su corona. Como si de una cuenta atrás se tratara, se llegaba al 5-3, con saque el italiano. Pero enfrente estaba Sinner, que no es número uno del mundo por casualidad. El de San Cándido le devolvió la rotura para colocar el 5-5. Otra vez todo al cincuenta por ciento, con escasos minutos por delante. Ahí estaba Roland Garros. Jannik presionaba con 6-5 y el resto, pero Alcaraz, empeñado en hacer lo imposible con puntos que ponían a todos en pie, forzaba el 'super tie-break'. Todo o nada. Y el Rey de la arcilla es Carlitos. El niño que soñaba con ganar este torneo, para dominar a Sinner en el desempate y colocarse 5-0. No debía perder la calma. Y no lo hizo. Se lo llevó por 10-2. Ganó Alcaraz. Y el mundo se rinde a sus pies. Las leyendas se construyen con victorias así.