El tenista murciano gana a Djokovic (6-4, 7-6 y 6-2) y jugará el domingo la final del US Open, contra Sinner o Auger-Aliassime
GREGORIO LEÓN. Nueva York
Para llegar al paraíso hay que rendir a leyendas. Novak Djokovkc acechaba agazapado, con su figura totémica, dispuesto a romperle los sueños a Carlos Alcaraz, que anhela salir de Nueva York número uno. El jugador murciano ha repetido que está ahora en su momento de mayor madurez mental. Pero esas palabras requerían validación. Y esta cita era de altísima exigencia. Nole siempre esconde alguna zorrería. Y además, Carlitos se encontró con una atmósfera desacostumbrada para él en el US Open. Esta vez los cariños fueron para el mito serbio. Y el prodigio de Murcia venció todos esos obstáculos para meterse en su séptima final de Grand Slam. Espera en la última estación a Sinner o Auger-Aliassime.
Vamos, Carlitos!, se escucha en perfecto castellano latino. El murciano acaba de hacer la primera ruptura en el amanecer del partido. Suenan sirenas fuera del Arthur Ashe Stadium. El ruido siempre acompaña a esta ciudad. Y los decibelios brotan sobre todo de las gradas después de cada punto que atrapa el murciano, que parece que tiene al personal de su lado. Y aunque con alguna dificultad, va sacando adelante sus turnos de servicio. Y eso que no está fino con las dejadas, que no cogen suficiente altura. Por contra, el revés es una herramienta muy eficaz. Y eligiendo los mejores golpes se asegura el set.
Con Nole nunca se sabe. Además, el público también recuerda lo que le ha dado, y lo anima. Los afectos están repartidos. Sube la temperatura. Y Djokovic le rompe el servicio a Alcaraz. La bestia ha despertado. Y la afición ya se decanta por él. Firma un juego en blanco. El viento lo empuja de cola. Pero Carlitos hace la lectura adecuada, templa nervios y recupera el break. Sin embargo, su juego no termina de fluir y sube la cuenta de errores no forzados. Veinticinco. Demasiados. Aparecen gestos de desesperación. Bolas que otros días entraban, esta vez no encuentran el destino deseado. Y aun así, sigue picando piedra. Y con paciencia, se lleva el capítulo en el 'tie-break'.
Liberado de presión, Alcaraz empieza a sentirse a gusto. Todas las grietas no están selladas, pero gran parte del trabajo está hecho. Además, las reservas de combustible de Djokovic emiten ya alguna señal de aviso. Las gradas asisten al desenlace inevitable. El público se rinde a los dos tenistas, la leyenda y el joven que persigue todos los sueños.