El tenista murciano derrota a Taylor Fritz (6-4, 5-7, 6-3 y 7-6) y jugará el domingo su tercera final consecutiva de Wimbledon, frente a Jannik Sinner.
GREGORIO LEÓN
Leonardo DiCaprio sonreía, sin parar de hacer bromas, como si todavía estuviera dentro de la piel de Jordan Belfort en El lobo de Wall Street. Rami Malek, en el que todavía ves los rasgos de Freddie Mercury, no quitaba ojo, no fuera a perderse una genialidad de un murciano que sigue asombrando al mundo. Y con golpes mágicos, como el último, el que le hizo ganar el partido ante un enorme Taylor Fritz, Carlos Alcaraz viaja a una nueva final, la tercera suya consecutiva sobre el pasto del All England Club.
Alcaraz se ha hecho granito. Pero no porque deje caer todo su peso sobre sus rivales, reduciéndolos a la nada, como puede contar Cameron Norrie en la cita de cuartos de final, sino porque aunque le golpees y logres hacer que se tambalee, no se va al suelo. Taylor Fritz apreció signos de flaqueza en el murciano tras anotarse el segundo set. Porque el juego de Alcaraz no es rectilíneo. No. Es una carretera con curvas, a veces cerradísimas. Y es ahí, en esos momentos en los que Carlitos se perdía en la neblina es donde ahora enciende una linterna. Donde antes había una sombra brumosa, ahora hay luz. Donde antes afloraban miedos, ahora hay fortaleza. El jugador de El Palmar siempre encuentra la salida. Solo así se explican sus números en hierba, con porcentajes de victorias superiores a una leyenda planetaria como Federer. Números que lo han transportado de nuevo a la final de Wimbledon.
Era Fritz un enemigo de envergadura. Finalista del US Open el año pasado, número cinco del mundo, y capacitado para salir de cualquier enredo. En su primer partido de esta edición en Londres, perdía dos sets abajo ante Perricard. Y fue capaz de encontrar la salida. Por eso Carlos Alcaraz había enunciado claramente sus intenciones: mantener el nivel, y si es posible, elevarlo. Y se puso a trasladar a la práctica ese planteamiento teórico. El primer juego ya fue para él, al resto. La rotura quedó confirmada con su servicio, que tantos réditos le está dando en este tramo de temporada. Su desempeño era impecable, con quince puntos conseguidos con quince primeros servicios. Pleno. Y además, seis aces.
Las complicaciones no tardaron en aparecer. Fritz alzó la voz, y amagó con un break, salvado con no pocos sufrimiento por Carlitos, que gritó un "¡Vamos!" liberatorio. Era un aviso de lo que venía. Cualquier caída de tensión, cualquier distracción, podía torcer el camino. Y así fue. De forma inopinada el tenista murciano se traicionó y cedió un juego, en blanco, con su servicio, para entregarle el set a su enemigo, cada vez con mejores sensaciones.
"Hay que mejorar", le gritaba Juan Carlos Ferrero desde el box de equipo. Dicho y hecho. Cuando parecía que Fritz era irreductible con su servicio, Alcaraz le fue robando punto a punto, hasta conseguir una ruptura que le hizo estallar en el segundo "¡Vamos!", de la tarde, este aún más enfático que el primero. Un juego de ventaja al resto que era oro de muchos quilates, y por eso se afanó en conservarlo.
La cuarta manga fue extraordinaria por parte de los dos tenistas. Alcaraz sacaba conejos de la chistera. Pero Fritz estaba lejos de sacar bandera blanca, siempre a refugio de su potente servicio. Y así, con los dos tenistas en un nivel excelso, se llegó al 'tie-break'. Y el partido, que fue una oda al tenis, al mejor tenis, al tenis de la mejor estirpe, no podía acabar de otra manera que con varios giros de trama. Primero pareció que Carlitos lo tenía en su mano, con un 4-1 prometedor. Sin embargo, el estadounidense encadenó varios puntos y hasta tuvo bola de set para llevar la cita al quinto episodio. Pero la joya de Murcia, el prodigio de El Palmar, volvió a emerger con su juego atómico. El domingo le espera otra final. Solo Jannik Sinner lo separa de su tercer Wimbledon. De película.