El tenista murciano ya entrena con España, que disputa en Málaga la final a ocho de la Copa Davis (del 19 al 24 de noviembre). Rafa Nadal se despedirá definitivamente de las pistas.
GREGORIO LEÓN
No estaba en el Inalpi Arena, viendo cómo Jannik Sinner quedaba entronizado como maestro de maestros, en casa, recibiendo los agasajos y el reconocimiento mundiales. Carlos Alcaraz, ganador de Wimbledon y Roland Garros, llega con poca gasolina en el depósito al fin de viaje. Y con la certidumbre de que ya no es el número uno del mundo. Ni siquiera el dos. El ranking es muy elocuente. Sinner se ha revestido de acero y todas las balas rebotan en él. Hoy parece inabordable. Inmortal.
Pero, aunque se le esté haciendo larga la temporada, y a pesar de virus y constipados, aún debe prestar un último servicio, y no es menor. España se ha marcado como propósito irrenunciable ganar la Copa Davis. El título ya es, por sí solo, un estímulo formidable. Pero esta final a ocho tiene un elemento nuevo que la hace extraordinaria: la despedida de Rafa Nadal. El tenis está asistiendo entristecido al desfile de sus leyendas. Nadie puede esquivar el tiempo, ni siquiera las figuras mitológicas. Primero fue Roger Federer. Ahora le toca al tenista de Manacor. Djokovic también empieza a pensar que sus mejores momentos ya pasaron. Y el cambio de guardia está ahí, con Sinner, con Alcaraz...
El jugador de El Palmar entrenó este domingo junto a Roberto Bautista. Desde el sábado está incorporado al equipo que capitanea David Ferrer. Se le ve relajado. Tranquilo. Su capacidad de metabolizar derrotas es admirable. Quedó lejos de la gloria en París-Bercy. También en las ATP Finals, con dos derrotas y una sola victoria. Pero nada hacer cambiar el semblante al joven murciano, compartiendo sonrisas de complicidad con su entrenador Juan Carlos Ferrero.
El pabellón Martín Carpena está listo para una semana de emociones intensas. Y de partidos de colección: los últimos de Nadal.
