El tenista murciano derrota por 7-6 y 6-2 a Laslo Djere y se presenta en los octavos de final del Masters 1.000 de Roma. El martes jugará contra Karen Khachanov.
GREGORIO LEÓN
Todavía no ha llegado a las portadas. La final queda lejos. Pero Carlos Alcaraz quiere romper también el techo de cristal en Roma. De momento ya ha alcanzado la fase de los octavos de final, su mejor registro desde que pisó el Foro Itálico, hace dos años. Y aunque con sobresalto en el primer capítulo ante el serbio Laslo Djere, va dando pasos en la dirección deseada. Parece una victoria de rango menor, pero no lo es. Y este exigente Masters 1.000 no para de ofrecer ejemplos de sus complejidades. Que le pregunten a Holger Rune, que después de tocar el cielo en el Godó, con el murciano al otro lado de la red, se ha despedido de manera prematura. Pudo ser un domingo redondo para Carlitos, que no le quitó ojo al clásico de Montjuïc, celebrando los goles de Mbappé y luego asumiendo la belleza del fútbol abrasivo del Barcelona. Y aunque la tarde se le torció a él, madridista confeso, no estaba dispuesto a llevarse un segundo disgusto, este por su culpa. La joya de Murcia sigue mostrando su alta fiabilidad en arcilla, donde su porcentaje de victorias está por encima del ochenta por ciento. Y además brindando puntos que se cuelan inmediatamente en los highlights. La foto que acompaña este texto muestra la figura de Alcaraz. Pero el interés está detrás, al fondo, con decenas de aficionados enloquecidos por su juego. Alcaraz no es solo números. Es, sobre todo, emoción. Nadie le gana en esa capacidad de generar afectos y promover placeres.
Carlitos eligió el camino difícil en la primera manga. En vez de transitar por una carretera asfaltada, con buen firme, avanzó pesaroso, entre baches e irregularidades del terreno. Y todo a partir de una ruptura del serbio, respondón, levantisco. Alcaraz se enfadaba consigo mismo, incapaz de aprovechar los segundos servicios de Djere, tomando decisiones erráticas, y estando al borde de perder el manga. Pero se alzó sobre sus propios problemas y en el 'tie-break' ya ofreció signos claramente identificativos de su tenis supremo, incluso con una respuesta defensiva que se convirtió en un winner, y que le puso en bandeja de plata el set.
Liberado de nervios, reencontrado con su juego, hizo suyo el siguiente capítulo. Sin concesiones con su servicio, malévolo al resto. Y ofreciendo regalos a los aficionados, que exclamaron admirativos ante una dejada ejecutada con maestría para colocar un 2-0 diáfano a su favor. Todo iba sobre ruedas. Con un saque y volea sumó su cuarto juego consecutivo. Djere hacía lo que podía, con molestias en el brazo derecho. Y aunque llevó a hoja de rendimiento algún error no forzado, el partido era de Carlos Alcaraz, que ya piensa en Karen Khachanov, su antagonista en octavos de final, el martes.