El conjunto de Calero gana al Tenerife (2-0) y se salva matemáticamente del descenso. Estuvo a ocho punto de la salvación.
GREGORIO LEÓN
Julián Calero ha ingresado en la historia del Cartagena. Llegó en medio de una crisis de resultados que había hundido al equipo en la clasificación. Las derrotas no cesaron. Hasta su posición fue cuestionada. Parecía el Cartagena condenado a un destino inelectuble, el descenso. El regreso a los infiernos de la categoría de bronce. Cada jornada opositaba con más fuerza a él. La mala suerte se le había agarrado al cuerpo como una hiedra. La afición se resignaba. Pero el fútbol siempre guarda un espacio para lo insólito. Y lo que ha hecho este equipo, abastecido de la fe y un discurso vitalista de su entrenador entra en el territorio de los sucesos que ocurren de espaldas al raciocinio, a cualquier ley natural. Calero entra en el santoral del efesismo. Un héroe de lo inexplicable.
La fiesta se preparó a conciencia en el Cartagonova. Más de 13.000 espectadores completando las gradas. Y una victoria que empezó a fraguarse muy pronto. Alfredo Ortuño se giró dentro del área y firmó el 1-0 a los cinco minutos. El Tenerife, desbordado por todos los sectores, achicaba agua. El partido era por completo del Cartagena, que encontró premio en el minuto 48. Ortuño aprovechó un penalti y puso el 2-0.
La segunda parte se desarrolló sin grandes sobresaltos. Raúl Lizoain apenas trabajó. Y el público empezó a hacer la ola, como anticipo de la celebración final.