El tenista murciano, en una entrevista concedida al diario AS, muestra su humildad. "Cuando voy a casa, soy el de siempre. Como cuando tenía diez años", asegura.
GREGORIO LEÓN
Su derecha, sus dejadas, su revés... Todo eso está asombrando al mundo. Pero para despertar tantos afectos y generar un fenómeno fan transversal, que no tiene límites, que cruza países y torneos, hay que dar algo más que tenis de primer nivel. Y quizá todo se resuma en una palabra: humildad. Lejos de vanidades y altanerías, Carlos Alcaraz está encajando con naturalidad todo lo que le está pasando, a una velocidad vertiginosa. Solo tiene dieciocho años, pero su discurso parece el de alguien mayor. Su padre, una persona muy formada intelectualmente, le ha transmitido esa seguridad. Y esa obsesión por no despegar jamás los pies del suelo. No extrañan sus declaraciones al diario AS: "Siempre fui una persona normal, de pueblo. No me cambia el éxito. Seguiré siendo el chico de siempre. No porque la gente me reconozca voy a ser otro. No cambiaré la persona que soy. En los torneos puedo ganar, pero cuando voy a casa, soy el de siempre. Como cuando tenía diez años", ha asegurado.
La familia, esencial
El periodista le pregunta por el origen de esa capacidad ganadora, tan acentuada. Y él remite de nuevo al núcleo familiar: "El gen ganador me viene de familia. Me lo pasaron mi padre y mi abuelo. Y mi equipo. Me decían que las finales no se juegan, sino que se ganan. Hay que ir a por ello y así ha sido".
Un batido y una siesta
Su respuesta física durante la final dejó a todos atónitos. El desgaste fue excepcional para tumbar a un Álex de Miñaur que se negó a entregar la cuchara, y que empujó a Alcaraz al borde del desfiladero. La semifinal acabó a la hora de la comida. Carreño le esperaba, descansado. ¿Qué hizo Alcaraz? Lo ha explicado en la citada entrevista: "Realicé quince minutos de bici. Tomé mi batido, comí y me eché una siesta de treinta minutos para estar lo más despierto posible".