Murcia es una mala región para hacerse viejo
Así de rotundo se muestra el profesor Marcos Bote, coordinador del informe sobre la situación de los mayores en la región que hoy ha publicado el Consejo Económico y Social.
La residencia de las Hermanitas de los Desamparados de la Vera Cruz de Caravaca presenta, según su relato, enormes deficiencias de personal que repercuten directamente en las condiciones de los ancianos que viven allí.
PACO MARTÍNEZ. Murcia
Siguen llegándonos testimonios de trabajadores del Servicio Murciano de Salud que describen las malas condiciones de algunas de las residencias de mayores intervenidas por la administración regional. El relato que van a escuchar a continuación es de uno de esos trabajadores: ha prestado servicio en el asilo de las Hermanas de los Desamparados de la Vera Cruz de Caravaca y lo que nos cuenta es realmente estremecedor.
Como en otros casos, nos habla de falta de coordinación, de escasez de personal y de unas instalaciones que no reúnen las condiciones mínimas para que los trabajadores puedan desarrollar sus tareas. Pero lo peor no es eso. Lo peor son las condiciones en las que viven los residentes de la planta COVID, agrupados en dormitorios con cuatro o cinco camas, sin aseo y sin agua corriente. A eso se suma el frío, porque las ventanas permanecen siempre abiertas.
Nuestro interlocutor, que ha pedido mantener el anonimato, nos cuenta que las monjas de la congregación que regenta el centro querían que el personal del Servicio Murciano de Salud lavara los platos de las comidas de los residentes, en lugar de usar material desechable. Y que, puestos a reciclar, reciclaban incluso las jeringuillas con las que alimentaban a los ancianos que estaban sondados. Aunque trabajan a toda prisa, hay residentes que pasan horas esperando sus comidas.
Pero lo peor ocurrió cuando encontraron a una anciana que había muerto asfixiada por unas correas de contención que, en teoría, no debían haberle puesto. El cadáver permaneció cubierto en el dormitorio común durante horas, mientras daban de comer al resto de compañeros de cuarto.
Los ancianos, nos dice, les piden por favor que les laven la cebeza, porque hace semanas que nadie lo hace. Y ha visto residentes con hongos en la boca por falta de higiene. A eso se suman las jornadas interminables; los manguerazos de agua y lejía al aire libre en plena madrugada para esterilizar los trajes EPIS; la zona de descanso en la que no hay ni una mesa ni un microondas en el que calentar algo para comer o las horas sentadas en una silla en la sala COVID entre ronda y ronda nocturna. Y sobre todo, el sentimiento de impotencia que está llevando a algunos compañeros a pensar seriamente en renunciar a sus contratos.
Así de rotundo se muestra el profesor Marcos Bote, coordinador del informe sobre la situación de los mayores en la región que hoy ha publicado el Consejo Económico y Social.
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