El diestro murciano Paco Ureña cortó dos orejas y salió a hombros al término del cuarto festejo de la feria de Albacete
EFE - Julio César Sánchez. Albacete
El diestro murciano Paco Ureña cortó dos orejas y salió a hombros al término del cuarto festejo de la feria de Albacete, una tarde en la que Morante fue ovacionado en sus dos toros y en la que Juan Ortega se fue también de vacío.
El cartel estrella de la feria de Albacete deparó un festejo entretenido sin más, en el que los tres toreros tuvieron la oportunidad de plasmar sus tauromaquias, o parte de ellas, porque a Juan Ortega, con el peor lote, sólo se le pudo intuir la clase de torero que es.
El primero fue para atrás y en su lugar saltó un sobrero de Conde de Mayalde, bien hecho. No pareció entusiasmarle el toro a Morante en primera instancia, a pesar de la buena condición que mostró por el izquierdo. Pero poco a poco el cigarrero se terminó metiendo en la faena, aprovechando los tres cuartos de viaje del de Mayalde, noble y soso.
Aunque claro, para ponerle gracia ahí estaba el de La Puebla, vertical, sabroso y con la gente deseando verle, aunque fuera en una faena sutil pero no redonda. Dejó más de media desprendida y las palmas le hicieron saludar una ovación.
Tres cuartos de lo mismo podríamos citar del cuarto. Frunció el ceño Morante en desaprobación por lo que apuntaba el toro, en este caso de la ganadería titular, y un trasteo en el que de nuevo hubo gracia y mucha despaciosidad, sobrevenida por el poco fuelle del toro y la filosofía torera de Morante. No obstante ahí quedó un recibo con cuatro verónicas sensacionales. Con la espada cumplió.
La faena al encastado segundo tuvo, sobre todo, emoción, la que brotó de las embestidas codiciosas del de Juan Pedro y de la personal ejecutoria de Paco Ureña, en un vibrante quite por gaoneras, y más tarde vertical, emotivo y algo rapidillo manejando la muleta. Se tiró a matar, lo mató, y paseó un trofeo, aunque se le pidieron dos. Pero bueno está lo bueno.
Y si la emoción con arrebato presidió lo realizado en el segundo, una preciosista despaciosidad al natural, deletreada, supuso lo más destacado en el quinto, un toro que embistió dócil tras las telas y con el que Ureña disfrutó e hizo disfrutar.
Menos mal que el murciano se templó después del inicio de rodillas en los medios; fue tanta la conexión con unos tendidos, que lo quieren como propio, que se le concedió una oreja a pesar de pinchar.
A Juan Ortega hay que ir a verlo, aunque sea para quitarle las moscas a un toro, como casi tuvo que hacer con el blando tercero, que se fue apagando poco a poco como vela sin oxígeno.
Pero antes del apagón total el sevillano dejó momentos sublimes, a la verónica en el recibo, y con la muleta sin descomponer la figura ni cuando el toro le apretó, con esa manita izquierda clavada en la cintura mientras hunde el mentón sintiendo la embestida. El toro duró muy poco, mucho menos que algunos naturales que le pegó Ortega, que mató con dignidad.
El sexto pareció una cosa en el templado capote del banderillero Jorge Fuentes, desplazándose con longitud, especialmente por el izquierdo, y luego en la muleta, desarrollando a bronco, soltando la cara y revolviéndose. No se dio coba el sevillano y lo pasaportó a la primera con acierto. Y a otra cosa.
FICHA DEL FESTEJO.- Cinco toros de Juan Pedro Domecq y uno de Conde de Mayalde primero bis, bien presentados. Primero bis noble y soso. Segundo encastado aunque algo rebrincado. Tercero noble y blando. Cuarto noble y flojo, pitado en el arrastre. Quinto noble, enclasado y soso. Sexto boyante aunque degenerando a genio defensivo.
Morante de la Puebla (verde hoja y oro), ovación y ovación.
Paco Ureña (caña y oro), oreja con petición de la segunda y oreja.
Juan Ortega (verde botella y azabache), palmas y silencio.
La plaza rozó el lleno sobre el aforo permitido del 75 %.
