Al investigador de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Lorenzo Gabrielli, el factor de "militarización" alcanzado por la OTAN estos días introduce un elemento de control de los movimientos migratorios
La nueva hoja de ruta que la OTAN ha aprobado estos días en la cumbre de Madrid ha introducido un elemento nuevo en el control de los movimientos migratorios, al considerar que éstos pueden ser utilizados por algunos países como elemento de presión sobre naciones que forman parte de la Alianza Atlántica. Al investigador de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Lorenzo Gabrielli, este factor de "militarización" le parece motivo de preocupación. En su opinión, la respuesta de Europa ante un fenómeno tan antiguo como la propia humanidad debería ser otra bien distinta: frente a la represión violenta, Gabrielli aboga por canales formales para facilitar la llegada de mano de obra que es imprescindible para países como España.
Gabrielli, doctor en Ciencias Políticas, es uno de los ponentes que el sábado participará en el simposio "Fronteras: barreras físicas y barreras simbólicas" que se va a celebrar en Murcia dentro del Congreso Español de Sociología. En su opinión, enfrentarse a los movimientos migratorios como si se tratara de defenderse de un ataque militar es un grave error. Las personas, dice, no son armas.
La evidencia científica acumulada en las últimas décadas avala sus tesis: la represión de la inmigración no ha servido para detener el fenómeno; la militarización de las fronteras no ha evitado que los migrantes sigan siendo reprimidos con violencia cuando tratan de cruzarlas y el aumento de la vigilancia sólo ha servido para que las mafias que operan con migrantes se hayan enriquecido. Es una ley básica del mercado, dice Gabrielli.
La alternativa que este investigador propone pasa por un cambio radical del modelo: en lugar de aumentar el control y la represión, se trataría de apostar por ordenar los flujos migratorios. Es perfectamente posible, y la respuesta que Europa ha dado a la crisis de Ucrania es la demostración más evidente de que hay fórmulas para una acogida rápida y eficaz que en absoluto compromete la estabilidad social de los países receptores. Si hemos podido acoger a más de cinco millones de ucranianos, pero no somos capaces de dar asilo a un centenar de sudaneses que también huyen de la guerra en su país, es porque hay un factor innegable de racismo institucional y social.