El equipo albinegro derrotó por 1-0 al Mirandés, con un gol de Darío Poveda, y sigue una jornada más fuera de descenso.
GREGORIO LEÓN
El Cartagena practica feliz el funambulismo. Los jugadores han hecho suyos los dogmas de Julián Calero. Ser acero, primero. Luego, cuchillo. Ser yunque antes que martillo. Una fórmula de éxito. El equipo ha ganado seis de los últimos ocho partidos. Números de ascenso para ganarse una salvación. También el Mirandés capituló en un Cartagonova inflamado en la mejor entrada de la temporada. Y los albinegros acaban la jornada sextos por la cola, fuera de la línea roja de descenso.
El Mirandés se apropió de la pelota durante muchos tramos de la primera parte. Transportaba la pelota de una banda a la otra, buscando cualquier grieta en la defensa albinegra. Pero Lizoain se sentía abrigado por sus compañeros. Y quien vivió un sobresalto fue Ramón Juan. El remate de Fontán fue devuelto por el larguero. El cuadro de Alessio Lisci ejercía un dominio territorial inocuo. Sin filo. El Cartagena se sentía cómodo. Hasta que Arnau Ortiz frotó la lámpara. Cosió la pelota a su bota, conduciendo con talento para asistir a Darío Poveda. El alicantino se giró y embocó con el pie derecho, en medio del delirio de los más de diez mil espectadores que cuajaban las gradas del Cartagonova.
La trama del partido no se modificó en la segunda parte. El Mirandés, sin ponzoña, sobeteó la pelota. Y el conjunto albinegro no pasó por momentos de apuro. Cada minuto que pasaba se sentía más a gusto en su piel, vigorizando con la entrada de los hombres de refresco: Alfredo Ortuño, Diego Moreno, Mikel Rico y Arnau Solà. Solo vio alterado el pulso con un remate de cabeza de La Gumina, que exigió a Raúl Lizoain. El Cartagena supo sufrir. Y el éxtasis invadió las gradas del Cartagonova.